Sin explicación aparente, VI

La historia de Elvira, por entregas. I, II, III, IV y V.
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Vuelve a mirarse en el espejo. Queda poco ya de la mujer de entonces. La que decidió marcharse del pisito modelo caja cerillas porque el ambiente la trastornaba. Demasiado olor a medicina, a enfermedad. Demasiado dolor envuelto en pequeñas cápsulas amarillas. Los pastilleros, que aparecieron en todas las superficies. Los horarios, rígidos. La casa, a oscuras y en silencio. Se fue.  Todavía era demasiado pronto para que una mujer se fuese a vivir sola, sin que los vecinos murmurasen. Pero el murmullo había acompañado a Elvira desde que nació. Estaba acostumbrada.

En Madrid encontró trabajo en una tienda de confección en la Gran Vía; no había estudiado porque el padre regresó en el momento justo. Justo, justito, para impedir que ella empezase en Bellas Artes. No había dinero, ni posibilidad de conseguirlo. Si tenía pensión o ahorros, no trajo nada con él. Sólo enfermedad y  desamparo.

Elvira encontró una habitación en un piso compartido, y vivió unos cuantos años de desaliento junto a una mujer que llevaba a su cuarto demasiados novios distintos y demasiados primos que no lo eran; y ahí pasó el tiempo, rozándola, desgastando su ilusión y sus sueños, aunque ella, testaruda y voluntariosa, se ponía a pintar los domingos por la mañana, todos, sin faltar uno. Acuarelas suaves; paisajes que no conocía (los copiaba de las revistas que desechaba su compañera); su madre. A su madre la pintó muchas veces. Con el tiempo, hasta eso dejé. Pintar. Recuerda ahora el gusto por mezclar colores: blanco, rojo, azul. El agua en el pincel, la música que la acompañaba en aquellas horas de felicidad, las únicas, más dolorosas porque eran efímeras, porque empezaban con fecha de caducidad.





Los domingos, días hipócritas que se las dan de festivos, mientras esconden a los lunes. Qué desastre de pelo. Quizás deba lavármelo y trenzármelo. Si no, se va a asustar. Parezco una bruja, la bruja de pelo largo y blanco que vive sola y no habla con nadie. Me lo lavo, que es pronto.

Ella, que soñó con acariciar a una niña morena, que soñó con pintarla cada día, cada hora, cada minuto de su vida. Ella, parece una bruja solitaria y algo loca, y sus manos, esas que debieron servirle para hacer muchas cosas: amar, peinar, acariciar... empiezan a mojar su pelo en el lavabo.

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El lago, interpretado por Manolo García, admirador confeso de Triana. Elvira, naturalmente, en su piso compartido en Madrid, escuchaba la original de Triana. 
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Comentarios

Isabel Barceló Chico ha dicho que…
No sé cual será esa visita misteriosa... Hace bien Elvira en lavarse el cabello. Sea quien sea esa visita, bien merece presentarse bella. Un abrazo.
María Antonia Moreno ha dicho que…
Creo que alguna vez hemos coincidido en la importancia de tener el pelo arreglado para sentirnos bien. Espero que la visita de Elvira sea de tu agrado, amiga. Besos