Terminé de
leer ¡Buenas noches, Miami! de Begoña Oro. Y ahora, que es el momento de
escribir una reseña como se merece, en condiciones, sesuda y contrastada, que
hable del ritmo, del tono, de la intención, me siento jovenzuela bloguera (aún
no me he atrevido con lo de YouTube. Pero vaya usted a saber, todo se andará).
Bien. Este
libro va… (no, así, no). Esta obra se llevó el Premio Eurostars Hotels de
Narrativa de Viajes en su última edición, y ya van doce, y Oro es la primera mujer
premiada. (No, así tampoco). Y es que ya me gustaría a mí dominar el lenguaje como
arcilla o metal precioso caliente bajo el teclado del ordenador. Una se
amilana. ¿Cómo hago para contar el asunto del libro sin cometer spóiler, esa manía que a uno le entra
cuando ha llegado a la última página? Todo son problemas.
Estos días
le han dado otro premio a una de mis escritoras de mesilla, de mesa, de
dormitorio, de sofá y de todo. El diario El Mundo ha otorgado sus Premios
Internacionales a periodistas comprometidos y solidarios, y uno de ellos ha
sido para Rosa Montero. Alejandro Gándara ha escrito una columna preciosa,
también Luis Antonio de Villena: Sus
artículos tienen chispa, traca y cordura, pero parecen hechos en coser y
cantar. (…) Dices, ese artículo también lo hago yo. Pero si te pones salen
churros.
Ah.
A mí también
me pasa. Con Montero y con Oro (si le pasa a Luis Antonio de Villena, cómo no me
va a suceder a mí, angelito). Me ocurre con casi todos los escritores a los que
admiro. Leo un libro, un artículo, un texto suyos y pienso, caramba. Pues esto
igual hasta lo sé hacer yo. Pero, claro. Si me pongo, me salen churros, pero no
apetitosos y crujientes, no. Chamuscados.
Cuando leí ¡Buenas
noches, Miami!, me hice una promesa: mantenerme alejada de otras reseñas, por
aquello de la argumentación y de que estarían muy bien escritas. Muy pero que
muy bien. Fijo. Y para no contaminarme, ni hacerme mala sangre. Hice una
excepción y zas. Ya sabía yo que no debía.
El texto se
titula El viaje y es de Sergio del Molino: Los escritores que merecen la pena
entienden que lo tienen que apostar todo a la mirada, que su viaje no vale nada
sin sus ojos. (…) El relato es atractivo por la voz de Oro. (…) Es atractivo
porque quien despierta curiosidad no es esa ciudad, que podría ser cualquier
otra, sino esa mujer que se mueve por ella. Porque no nos gusta lo que le
asombra y gusta y divierte y enfada de Miami, sino su forma de gustarse,
asombrarse, divertirse y enfadarse.
Así no hay manera. A ver quién es el guapo
o la guapa que supera esto. Un no parar de comentarios inteligentes y bien
traídos y bien llevados.
Sin embargo,
algo he de escribir ahora que he ido y he vuelto de Miami, por la gracia y el
arte de Begoña Oro. A pesar de los huracanes y de los colorinchis, aupada en
sus palabras ligeras y exactas, un punto coquetas. Con risas que, a la que te descuidas, se te
congelan en el rostro ante una imagen, o una reflexión sobre el miedo, el
fracaso, la vida, la desnuda sinceridad de un capítulo que te ha pillado por
sorpresa, a ti, lector desprevenido, que te las prometías tan felices, entre
exclamaciones y palmeras. La aparente frivolidad es un vestido liviano que
Begoña se pone y se quita con soltura, sin esfuerzo. Y, entre cambio y cambio,
el lector descubre grises, sombras, volúmenes. Aristas.
Ah.
Lean ¡Buenas
noches, Miami!, y convenzan a Begoña Oro
de que sí, de que no prive a los jóvenes de su literatura, no. Pero que ha
continuar regalándonos historias a los
que somos un poquito más mayores. Si han llegado hasta aquí en su lectura, bien
pueden hacerme (hacerse) ese favor. Por fa.
Y aunque
spóilear está muy feo, no me resisto. Por estos lares salmantinos tenemos la
playa de Benidorm en el Tormes, no hay que hacer ni una hora en coche. Mi
preferido era (¡albricias!) Ricardo Tubbs, y tuve una compañera en el colegio
que había montado a caballo en Suiza y juraba que allí, en Zúrich, había
estuches de ¡seis pisos! Que la compañera en cuestión hubiese vuelto a España a
la avanzada edad de dos meses, no le impedía recordar las montañas verdes, la
nieve blanca, los caballos y los estuches de seis pisos. ¿A cuántos lectores
les ocurrió algo parecido? Por eso, para resarcirme y desagraviarme de tanta
chulería pretérita, me apropio de la frase de ¡Buenas noches, Miami!; ¡Chúpate
esa, Carmen Pilar Sánchez! Es ya mía. Como las palabras frescas y ligeras de
Begoña Oro contando los miedos, las incertidumbres y las alegrías del vivir.
P.D. Sean
indulgentes con el tono y la forma. Ya saben, una se pone a escribir y... le
sale lo que le sale. J
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