Cocinar

Para C.
Ignoro las razones del porqué cocinar se me antojaba, hasta hace pocos años, un trajinar aburrido, fastidioso y pesado. Es cierto que más que acercarme a la cocina, me vi propulsada a los fogones, por aquello de la supervivencia. Recuerdo un mediodía preparando un arroz de emergencia: un remix congelado de esos horrendos (cuatro gambas anémicas, cuatro trozos de pimiento congelado, seis guisantes de plástico), salchichas frankfurt de a treinta céntimos de euro el paquete y agua del grifo. Ni huevos tenía, ahora que me entran taquicardias cuando los cuento y sólo hay ocho en la nevera (nótese, ocho. Y es que unas madalenas o un buen bizcocho se me llevan tres, y una empanada brioche otros dos, y si hago una masa de croquetas ya ando escasa). Tengo imágenes memorables estudiando sobre la lavadora (en marcha, claro está, mientras a mis espaldas se freían unos filetes que, inevitablemente, quedaban duros como la bota de Charles Chaplin. Estoy segura de que si hubiese vivido sola jamás hubiese seguido intentado cocinar esas lentejas que, invariablemente, eran un caldo de agua en el que bailaban, duras, sosas y pobres. Pero la vida (ay, Sr. Lennon, ni planes, ni nada) te pone ante cazuelas y sartenes mientras memorizas los distintos tipos documentales.



Y, sin embargo, últimamente y cuándo más cansada estoy, me pongo a cocinar. Caldos, legumbres, carnes guisadas. Lo que más satisfacción me da es preparar bizcochos. Batir los huevos, añadir el azúcar, rallar un poco de limón o de naranja, pesar la harina, cernirla, mezclarla con cuidado con los gramos exactos de impulsor. Y luego, preparado el molde a conveniencia, verter la mezcla y al horno. Ver subir esa masa dulce que huele a maravilla. Se me antoja un abrazo cálido, oloroso. Un cobijo feliz.

Tal vez son estos tiempos inhóspitos. Quizás soy yo, que he cambiado. Ignoro las razones por las que odiaba cocinar. Quizás porque aprendí a salto de mata, cuando las obligaciones me sujetaban al fregadero y al fogón, y yo sólo tenía cabeza para el trabajo de Archivística, la Guía de lectura para la asignatura Bibliotecas Infantiles, o las prácticas en la Biblioteca. Ahora es casi imposible que en mi congelador no haya tupers con comida cocinada. La que soy ahora se acuerda de la que fui (joven, entusiasta, centrada en grandes cosas y no en algo tan pedestre como el cocinar para diario y, sin embargo, teniendo que hacerlo), y le gustaría echar una mano en la cocina a la jovenzuela que fui. Tan joven, con tantas obligaciones y con tantos desastres en la cocina. 




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