¿Estás ahí? En Nápoles

La prosa de Elena Ferrante me ha subyugado. Su saga Dos amigas, es un prodigio, una rareza, un lienzo de la vida. A Lenù y Lila las entiendes, las amas, las odias, te molestan, te enamoran, te cansan. Como la vida misma. Y Nápoles, el barrio, la ciudad, el mar, la playa donde se escenifican los amores, el terremoto, el volcán, las cenizas, la inevitabilidad del desastre. No, estos días no estoy aquí, no he subido al autobús, no me he tomado un café en mi cafetería de siempre. Aunque me hayas visto, aunque me hayas saludado, aunque (acaso y por sorpresa) hayamos despotricado contra el mundo, los impuestos, el gobierno y sus desdichas. No. He estado con Lila y Lenú, tratando de recuperar sus dos muñecas, sus sueños, su esperanza. En Nápoles

El Vesubio era una silueta delicada de color pastel a cuyos pies se amontonaban los guijarros blancuzcos de la ciudad, el corte color tierra de Castel dell'Ovo, el mar. Pero qué mar. Estaba muy embravecido y fragoroso, el viento cortaba la respiración, pegaba las prendas al cuerpo y apartaba el pelo de la frente. La amiga estupenda. 

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Para ella la biblioteca era un gran recurso. De charla en charla, me enseñó orgullosa todos los carnés que tenía, cuatro: uno suyo, uno a nombre de Rino, uno al de su padre y otro al de su madre. Con cada uno de ellos sacaba un libro, para tener cuatro a la vez. Los devoraba y el domingo siguiente los devolvía y se llevaba otros cuatro. La amiga estupenda. 


Había ido a Ischia expresamente para ver a Lila y hablar con ella (...) Al final la vio. La vio salir del agua, con la mano entrelazada a la de Nino, una pareja tan atractiva que no pasaba inadvertida, los dos altos, los dos naturalmente elegantes, sus hombros se tocaban, se sonreían. Estaban tan amartelados que no se dieron cuenta enseguida de que yo tenía compañía. Un mal nombre.

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Ah, qué ciudad, le decía la tía Lina a mi hija, qué ciudad tan espléndida y significativa; aquí se han hablado todas las lenguas, Imma, aquí se ha construido de todo y se ha destrozado de todo, aquí la gente no se fía de ninguna charla y es muy charlatana, aquí está el Vesubio que todos los días te recuerda que la más grande empresa de los hombres poderosos, la obra más espléndida, en segundos, el fuego, el terremoto, las cenizas y el mar te la pueden dejar en nada. La niña perdida. 

Nápoles, años 50. Foto: Piergiorgio Branzi.

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